2005/07/06

El país y la música y el miedo. ¿Qué hacer?

Me duele el país y el arte. Me duele la música. Parece que, como dijo Gonzalo Rojas, ya no necesitamos prostíbulos porque "el mundo es un prostíbulo". Y en el megaprostíbulo no va quedando mucho espacio y los artistas lo pasan mal.

Veo veo...

Veo un país donde nos sentimos inseguros, los medios de comunicación convencen que la delincuencia es cada vez mayor, y no mencionan que crece menos que la población, o sea en realidad el problema es cada vez menor.

Un país donde el derecho a la educación y a la salud se han transformado en derecho a endeudarse, con los mismos privados que tienen derecho de usar nuestros ahorros previsionales y cotizaciones de salud para enriquecerse, y no podemos evitarlo porque es obligatorio.


Un país de significativos contrastes socioeconómicos y culturales, donde las contradicciones morales propias del capitalismo y el catolicismo están críticas y quienes se dedican a hacer negocios tampoco tienen mucho interés en cosas que no sean lucrativas, por ejemplo el arte.

País donde, por lo tanto, trabajar en el ámbito artístico suele ser un apostolado, para quien no desea prostituir su talentos y contar con la posiblidad de tener vidas normales, criar hijos, darles educación, asegurarles la salud...

... y así se va cerrando el círculo. Y el país le pertenece cada vez más al libre mercado y a los quehaceres neoliberales, mientras que el Inti-Illimani o lo que queda de él estrena su nuevo disco en el "mall" de un barrio donde vive gente que le dice "centro" a Providencia, y un compañero de curso que estudió para hacer discos trabaja en Johnson's vendiendo pantalones de poliester por el sueldo mínimo más comisiones.

Curiosamente, los privados que lucran con nuestros ahorros tienden a ser los mismos dueños de los medios de comunicación que fomentan la inseguridad... mismos que prefieren comprar contenido extranjero que invertir en lo local, con el auspicio de las multitiendas –también son de ellos mismos– onvenciéndonos de comprar más, de endeudarnos más, con ellos mismos.

Por eso no me sorprende lo que viví el otro día, en el contexto de la producción de un álbum.

Uno pensaría que el momento iba a ser maravilloso, concentración casi Zen, entusiasmo casi festivo. Grabar con buena infraestructura, arte que no está condicionado por la leyes de mercado, con material ensayado, de un autor significativo, un proyecto para sentirse orgulloso de ser parte. Pero una vez en el estudio, con todo listo para apretar el botón rojo, de pronto todo se sintió diferente. Por qué? Porque hay algo que está mal.

Es algo como lo que se siente a fin de mes en el paradero 14 un día jueves a las 19:25, especialmente en la época pre-navideña, algo como lo que sienten los estudiantes cuando se enteran de que van a ser padres, algo que no se dice, algo de lo cual no se habla.

En el estudio de grabación aparecen los atrasos, el vinito, el teléfono, la conversa y todo tipo de resquicios para no grabar. Cuando un músico estaba listo, el otro se había parado a fumar un cigarrito. Cuando el del cigarrito volvía, el que antes había estado listo hablaba por teléfono. actos fallidos, expresiones del insconsciente. No estemos aquí, no estemos "ni allí", juguemos a que todo es más importante que esto, no vaya a ser que esto sea demasiado importante y salga mal. Así que no nos miremos a los ojos, no estemos en grupo no estemos lúcidos, estemos un poco más solos y un poco más tontos.

De pronto estábamos todos solos, perdidos del significado de lo que estábamos haciendo, perdidos de cosas tan sencillas y sabias como "menos es más" y "más que la suma de las partes".

No juntos, no podemos

Es como un fenómeno fractal. Se repite el patrón de lo macro en lo micro: es lo mismo que los fondos de salud y previsión. Ya no son en común, ya no solidariza el que tiene más con el que tiene menos, es cada uno con su seguro de salud y su ahorro prevional, su metro cuadrado. En éste caso, cada músico con su instrumento. ¿Y para qué mencionar los chistes sarcásticos? Un deporte de la agresión que esconde la mano.

La sala de grabación estaba llena de miedo. Y claro, es comprensible, en el rito de grabar es cuando se juega todo para un músico, los años de circo, todo el esfuerzo y talento, quedará registrado para siempre.

Miedo a hacerlo mal y que quede grabado, miedo a hacerlo bien y que a nadie le importe. Y cosas menos sutiles como el miedo a no saber si la próxima semana la tocata en provincia incluye los alojamientos y los pasajes, si la productora está pagando lo justo, si el sonidista estudió en el Aplapac y sabe lo que hace, miedo a que el tiempo no alcance, a que el pulso esté lento, a que la sutileza no se escuche, a que el acento no se sienta, tanto miedo y tan irónico porque estamos hablando de algunos de los mejores músicos, grabando en uno de los mejores estudios, canciones de uno de nuestros mejores cantautores, con la voz de una de nuestras mejores cantantes. Tanto miedo que uno de los músicos renunció a la banda y otro decidió que se irá del país.

Entiendo la frustración, entiendo las renuncias, entiendo cuando la gente no se entrega a lo que hace, entiendo a los músicos y colegas que se van a probar suerte por otros países o en otros oficios. Entiendo también un poco más de mis propios miedos y descompromisos. Been there, done that

Pero me resisto, porque amo mi trabajo, amo el arte y la música y la poesía y quiero creer que las cosas pueden funcionar mejor, que pueden prevalecer valores que tienen que ver con el contenido y no con el balance de fin de mes. Trato, pongo toda alma. Se que el álbum va a quedar bien, se que nunca antes la música del cantautor en cuestión había sido enriquecida tanto con el lenguaje de la música de fusión, se que el ministro que no es ministro, del ministerio que no es ministerio, estará feliz por una estadística que dirá que se realizó un proyecto que no se podría haber hecho con esa plata. Se que hasta tal vez el próximo mes voy a tener plata para pagarme el almuerzo todos los días.

Pero me duele saber que podría haber salido mejor, y que no salió mejor porque vivimos en la cultura del miedo, de la inseguridad. Ya no es como en tiempos de la dictadura, en que el miedo tenía nombre y apeliido. Ahora el miedo es más evolucionado, cotidiano y sutilmente omnipresente, en la forma de necesidades, y la necesidad tiene cara de hereje. De manera tal que incluso los más talentosos apóstoles del arte se pueden perder. Y se pierden.

Flashback

Recuerdo hace años, cuando mi papá aún estaba vivo y lo fuí a visitar a Francia, y salimos a comer por ahí... terminamos en un boliche que debe haber sido igual durante los últimos 300 años, donde Asterix se podría haber comido un jabalí. De pronto se hizo presente un violinista que pareciá de un cuento: aspecto de mendigo, barba totalmente descuidada, teñida de colores indefinidos y un violín que podría haber sido de utilería. Cual habrá sido la sorpresa de todos los presentes, que cuando se puso a tocar, todos nos quedamos en silencio, porque tocaba maravilloso, hacía lo que quería con el instrumento, cantaba con él, directo desde el alma, y sus ojos gastados brillaban llenos de luz azul y su sonrisa de dentadura incompleta era comprometida y honesta. Con los años he ido viendo sonrisas y ojos parecidos en gente famosa como Caetano, Meshell, la tribu de Royal Deluxe y en gente menos conocida. Sonrisas y ojos en que el impulso de lo que se está haciendo y siendo es más fuerte que el miedo, más fuerte que la aspiracionalidad, más fuerte que los problemas pequeños.

En eso estamos. Aquí está Chile, un país de problemas pequeños, porque es un país pequeño, con un pequeño número de grandes personas, que se les olvida lo grandes que son. Y grandes artistas también, a quienes se les olvida más aún, porque el modelo les agrede constantemente. Pero algo se tiene que poder hacer. Es necesario, porque el arte es el oficio de hacer reflexionar y sentir, y eso es lo que necesitamos, para volver a nosotros mismos después de tanta neoliberalización que nos ha enfermado las almas. Tengo fe en que se puede.