Es la conversación, #SOPA

Para el 18 de enero se convocó un "apagón" en protesta por dos proyectos de ley en EEUU que amenazan con censurar brutalmente la Internet en defensa de intereses de dueños de los contenidos.

Por si no has seguido las noticias, algunos de los problemas de estos proyectos de ley (SOPA y PIPA) son los siguientes:
  • A través de un procedimiento unilateral muy breve y sin debido proceso, los titulares de obras pueden cerrar sitios Web sin que sus administradores tengan mucha posibilidad de defenderse.

  • Dicha acción, ejercida a través de un magistrado en EEUU, puede afectar sitos en cualquier parte del mundo. Tan así, que los que apoyan el proyecto en EEUU hablan de esto como una ventaja. 

  • Dado lo brutal del procedimiento, podría ser muy fácil abusar de él para censurar contenido políticamente inconveniente para algunos, bastaría con tener domicilio comercial en EEUU, vale decir le da poder a los que pueden pagarlo.

  • Debido a que los legisladores no tienen puta idea de Internet y su funcionamiento técnico, la aplicación de legislación que permita censura amenaza con crear problemas técnicos que fragmentarían la Internet.
Estos son sólo algunos de los problemas. Es tan complejo y peligroso que hasta la Casa Blanca se opone, aunque hay quienes creen que se trata de un gran bluff para más adelante aprobar una ley un poco más moderada pero similarmente peligrosa.

Como puedes haber notado, no se produjo un apagón de Internet ayer. Algunos pocos sitios dejaron de funcionar normalmente, muchos instalaron proclamas y declaraciones contra SOPA y PIPA. Los proyectos de ley se continuarán tramitando en febrero y no se produjo la revolución mundial. Aún.

¿Sirvió de algo la protesta?

Mucho más importante que el pseudo apagón o las declaraciones: se produjo una amplia conversación acerca del tema, pasando por sus causas (la necesidad legítima de una industria que intenta defender su negocio) y sus potenciales y nefastos efectos (la destrucción de la Internet como la conocemos, devolvernos a la "edad media" dicen algunos).

Hay consenso entre los entendidos que SOPA y PIPA en su forma actual no es una buena solución. Pero la conversación ha tenido cierta profundidad, y hay propuestas alternativas.

Como bien tituló Read Write Web: "con las protestas de hoy, SOPA se transformó en un asunto masivo". Al final de la tarde del 18, según Twitter hubo más de dos millones y medio de tweets relacionados con #SOPA. Wikipedia, Craigslist, Reddit, Boing Boing y O'Reilly Radar se fueron a negro. Google, Mozilla, Wired.com y Wordpress protestaron. Me entrevistaron en una radio sobre el tema. Estás leyendo esto. Y... ah sí: según Trevor Tim de la EFF: 29 miembros del congreso de Estados Unidos revirtieron su posición sobre SOPA (vía Leo Laporte). En definitiva, se retire o no el proyecto, en su forma actual está muerto.

Un hito histórico

No solamente se está acabando el tiempo en que las leyes se podían hacer entre pocos, se acabó además el tiempo en que las leyes de un país se podían hacer a espaldas del interés de otros países. Un detalle pequeño, pero que en el futuro los historiadores podrían destacar como un hito en los efectos que la Internet tuvo en la profunda transformación de la sociedad mundial.

¿Y cómo estamos por casa?

Queda entonces la pregunta si ante este hito producido en EEUU podrá ocurrir algo similar en América Latina: "SOPA no es una iniciativa aislada. El gobierno de Estados Unidos actualmente promueve la negociación de un nuevo TLC para los países de la zona Asia-Pacífico, el conocido TPP, cuyo capítulo de propiedad intelectual contiene algunas cucharadas de la misma SOPA" dice derechosdigitales.org

¿Podrán las ciudadanías del resto del mundo hacerle frente al TPP y similares, con la misma fuerza que se ha visto en la oposición a SOPA en EEUU? Más aún: ¿Podrán los gobiernos del resto del mundo, con o sin presión popular, resguardar los intereses de sus pueblos por sobre los del socio comercial de América del Norte?

El caso de Chile es particularmente interesante, ya que legislación reciente ha logrado un equilibrio [PDF por Daniel Alvarez V.] el cual podría irse por tierra si el Gobierno de Sebastián Piñera decide no privilegiar el interés público (libertad de expresión, privacidad, acceso al conocimiento) por sobre el interés corporativo (empresas de distribución de contenidos y telecomunicaciones).

La publicidad ha muerto; viva la publicidad

Naturalmente no me refiero a la publicidad en el sentido académico; esto que estás leyendo es una puesta pública, vale decir es publicidad. Me refiero a esa publicidad tradicional, cuyo objetivo principal es vender a costa de cualquier cosa, incluso de la verdad.

El buen @ClaudioBruna propone que el click ha muerto. El click, visto desde el punto de vista publicitario tradicional, ha sido en los últimos 10 años la moneda que se usa para representar la compra de atención de usuarios: un click = una acción del usuario típicamente resultante en la visualización de un contenido que vende algo. En ese sentido, es posible que tenga razón.

Los usuarios de la Web nos hemos aburrido de la publicidad, y lo hemos demostrado disminuyendo la cantidad de veces que hacemos click en publicidad.

Esto Claudio lo demuestra con estadísticas de Comscore, que evidencian la disminución de clicks publicitarios (ver imagen).

Por transitividad entonces, lo que muere no es el click (el medio), lo que muere es la publicidad (el fin), y eso se confirma fácilmente porque a medida que hay cada vez más usuarios, contenidos y aplicaciones en la Web, la cantidad total de atención va creciendo.

Soluciones

Pero un amigo me mostró que cuando uno evidencia un problema –salvo que uno traiga la solución– uno es parte del problema. Entonces, me hago cargo y propongo una solución. Claudio también lo hace, pero nuestras soluciones difieren un poco:

Claudio propone que el medio tiene que "apostar junto a las marcas", para poder volver a hacer efectiva la publicidad y que se produzca más conversión. El problema con eso es que el medio tendría que fabricar contenidos de acuerdo a lo que necesitan las marcas y eso –independiente de que sea un problema ético si no se transparenta con los usuarios– hoy podría ser utópico en algunos medios. En el NYT, que para muchos es el alma mater del periodismo mundial, los periodistas y los publicistas ni siquiera usan los mismos ascensores. Además el tipo de contenidos que suelen generarse al servicio de las marcas resulta bastante estéril, como se puede observar en este ejemplo más local que salió publicado ayer, y que tal vez sin serlo igual parece un publireportaje de Intel.

A diferencia de Claudio, propongo que una solución ya está bajo nuestras narices: los medios ya pueden proveer taxonomías sumamente específicas, que permiten al avisador comprar clicks con mayor probabilidad de interés en su tema. Algo que ya he comentado antes es que la publicidad asociada temáticamente a contenidos tiene mayor valor, y mi hipótesis es que eso tendría mayor conversión, pero que muchos publicistas –y consecuentemente muchos de sus clientes– no están bien informados sobre esta posibilidad. Con esto no niego que los medios podrían buscar maneras de servir mejor a los avisadores, pero creo que eso debe hacerse sin perder la prioridad en el interés de los usuarios.

Es el valor, estúpido

Y eso nos lleva al otro punto: como usuario, hago click porque se que hay valor para mi: un producto que soluciona un problema concreto que tengo o que me ofrece un ahorro seguro. En ese sentido, hay un trabajo pendiente de los publicistas para miggrar la publicidad de presentación de promesas a presentación de valor.

En la medida en que la publicidad deje de tratar al usuario como estúpido, hay mejores posibilidades en este medio, porque como dijo Steve Jobs en 1998, a diferencia de la televisión, donde los usuarios se conectaban para apagar el cerebro, a la Web los usuarios nos conectamos para encender el cerebro.

Al año siguiente, conté eso en una reunión de pauta en Canal 13 y nunca más fui invitado. Por suerte, ha pasado el tiempo y los publicistas –espero– ya no le tienen miedo a los usuarios inteligentes.

Ignacio Rodríguez de Rementería