Corría 2004, estábamos mezclando el disco de Germán Casas, y yo venía llegando tarde al estudio. Apurado, preocupado, mas urgido que perro en bote... llegué a la estación de Carlos, que me miró con sus ojos de dragón y me dijo "qué te pasa, hombre?", contesté "ay lo siento, perdóname, vengo tan atrasado". Carlos que estaba relajado como si se acabara de comer un queque para la mente, se echó para atrás en su silla hi-tech, me miró sonriendo y dijo "tu propio infierno".
Me quedé de una pieza. Como si estuviera en sesión de terapia con el papá de Carlos, pasé por un instante de no saber si reír, llorar, irme o abrazar. Y claro, yo venía urgido solo, nadie me estaba esperando, no se iba a caer el cielo sobre nuestras cabezas... era yo nomás, con esa enfermedad humana llamada culpa.
Fast-forward: Julio 2007, en bus luego de una noche entera sin dormir, desvelado pensando en lo que es estar solo, el amor, la traición ("no es otro cuerpo a tu lado"), perdonar y tal. Entonces me di cuenta de que necesitaba dormir un poco, porque si no en la reunión que me esperaba con la directora del documental, no iba a servir para nada. Pero si me dormía así nomas no iba a descansar lo suficiente; quería usar técnica de meditación para entrar en sueño profundo de inmediato, así que relajé la mente y dejé que vinieran imágenes y sonidos. Vino un especie de tribu y uno de ellos dijo: "estamos contigo, nunca estás sólo". Y la sensación de no saber si reír o llorar, y luego una frase sin sujeto que decía "este cielo siempre está contigo, es tu propio cielo".
Pensé, "y Jazmín?"... y dormí.