Si bien últimamente en Chile los medios de comunicación masivos, especialmente los escritos, no se suelen financiar con independiente de los intereses políticos de sus propietarios, la encrucijada que vive hoy el diario La Nación hace interesante conversar acerca de la posibilidad de un periodismo subvencionado.
Una de las cosas que aprendí en la enseñanza básica sobre el capitalismo, es que en su intento de que la economía se autoregule quedan actividades que no son sustentables por el lucro que generan, y deben ser asumidas por el Estado en interés del bien ciudadano y común.
Seguramente un economista lo explicaría mejor y podría dar cuenta de sutiles diferencias de interpretación entre fuerzas políticas que proponen modelos de país. Pero hoy nadie dice que hay que estatizarlo todo, mientras que la derecha chilena no parece haberse "centrado" tanto cómo dice y no admite posibilidad de incrementar roles estatales. Consecuentemente, no sabe qué hacer con el Diario La Nación, cuya propiedad mayoritaria es estatal.
Carlos Peña propone que "la calidad de la vida democrática depende de cuán abierto, competitivo y plural sea el mercado de los medios escritos", y agrega que si eso no ocurre "hay buenas razones para que el Estado corrija esa falla del mercado".
Hubo variadas críticas a la columna de Peña a propósito de no mencionar un par de medios que sí existen fuera del duopolio Mercurio+Copesa y que no se editan en papel, pero ese no es el punto, en primer lugar porque para hacer el peso hay que tener buena audiencia y eso exige invertir en harto contenido y bien hecho. Esa inversión -no sólo ahora- ocurre gracias a una velada subvención que hacen los grandes empresarios al duopolio.
Aunque hemos conversado la idea antes y buscamos maneras de hacer sustentable otro periodismo, no es físicamente posible a un grupo de menos de 15 periodistas competir con equipos órdenes de magnitud más grandes. En segundo lugar papel o online es una diferencia cada vez más irrelevante: probablemente el duopolio ya sobrepasa en web su audiencia de papel.
Donde Peña se da una extraña vuelta de carnero discursiva -lo cual quizás guarde relación con que está escribiendo para El Mercurio- es cuando dice que un medio estatal debe "estar sometido a los rigores del mercado" y regirse por "la necesidad de atraerse audiencias masivas". No podría estar más en desacuerdo, no sólo por la incoherencia conceptual de economía 101, también porque hay excelentes ejemplos de todo lo contrario.
Algunos de los mejores medios de comunicación masivos del mundo son estatales y precisamente pueden darse el lujo de no regirse por las leyes del mercado. Por eso nunca verás un reality show en la BBC ni lo oirás por la NPR, porque precisamente de lo que se trata es de que informar sea más importante que entrener.
Un ejemplo que pone Peña no hace más que incrementar lo patético de su contradicción, al olvidarse de que un comunicador puede tener ética y no ser un tiburón regido por el lucro. Argumentar que La Nación "podía darse el lujo de aburrir a los lectores con propaganda o prescindir de ellos", especialmente bajo una dictadura para la cual desinformar era una tarea prioritaria, es tan torpe como decir que un médico o un profesor tienen que hacer mal su trabajo porque tienen cautivo a su cliente.
Quizás el problema va más allá de los intereses de empresarios o de uno u otro gobierno. En países vecinos es un insulto preguntarle a alguien si leyó el diario porque todos lo hacen. En Chile hay una base cultural, educativa y cotidiana que no favorece a los ciudadanos darse el tiempo de estar informados. Pero eso no es excusa para dejar la comunicación social a manos del lucro y que siga incrementándose la estupidez.