Por Catherine Cárcamo
A veces escondidas en la abundancia están esas frases que se descontextualizan para amarrar los pensamientos. Pareciera que cuando uno se encuentra con una idea ajena que llama, las palabras se expulsan de su contexto para vivir con uno.
Así me pasó hace algunas semanas cuando leyendo un artículo en Ñ –ya no recuerdo sobre el tema que trataba – me encontré con la siguiente frase que incluso aparecía como un discreto pie de foto: “las obras de caligrafía no pueden repetirse nunca. Reflejan un espíritu, una energía y una emoción que corresponden a un momento único”.
Pensé en lo bello de la escritura. Por mi cabeza pasaron las imágenes con las caligrafías que de las personas que me han acompañado. Escritura, exposición del alma, de la personalidad, la energía. Si pienso en alguien, puedo pensar también en su forma de dibujar las palabras sobre el papel.
Recordé también las variaciones que ha sufrido mi escritura con el paso del tiempo y me di cuenta también en la cada vez menor frecuencia con la que escribo.
Al contrario de lo que podría imaginarse, me gusta la idea de que cada vez escribamos menos con el lápiz. Pero a la vez me preocupa que algún día perdamos el gesto. Me gusta pensarlo como un ritual como un acto de liberación que se estampa para pervivir.