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Ignacio Rodríguez de Rementería

Consumo cultural en la era digital

Por Catherine Cárcamo

Por tradición o descuido, cuando hablamos de consumo, inevitablemente nos remitimos al concepto de economía. Si a este término le sumamos además la palabra "cultural", pensaremos también en el rol de las industrias culturales ligadas a su participación en el PIB (Producto Interno Bruto) de los países.

En un sentido más individual, el consumo cultural acompañado del gasto monetario o economía personal, podría definirse desde tres ámbitos:
1. posibilidad de vincularse con bienes tecnológicos capaces de presentar y/o reproductir bienes culturales: cine, tv, reproductores de música, etc.
2. posibilidad de asistir a reuniones o encuentros sociales para generar contactos e intercambiar conocimientos e ideas
3. posibilidad de acceso a los servicios de información y educación

Desde un punto de vista únicamente económico, el consumo de bienes se transforma -por su diferencias en el acceso-, en una vía para mantener poder, rango o privilegio social. En este espacio, el consumo es en definitiva una manifestación de desigualdad social y económica, que muchas veces no posee más que un valor simbólico.

Cuando el consumo es recepción
(hay segundas partes que son las mejores)

Con la irrupción y masificación de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las formas de acceder a los bienes culturales no se define en el bolsillo de las personas, sino que en la posibilidad de acceso a una pantalla y una conexión a internet, pensando -claro- que vamos en camino a la masificación de los computadores conectados entre los ciudadanos con menos poder adquisitivo (tal como sucedió con la Televisión). Pareciera entonces, que el camino está armado, que todo marcha bien.

Sin embargo, el consumo de bienes culturales se distingue de cualquier otro tipo de consumo, por su carácter estético: tiene que ver con un producto que en su etapa de producción fue generado desde las emociones de su creador . Tiene que ver también con las formas de percibir y entregar valor al "objeto artístico" cuando éste se relaciona con el mundo interno o externo.

Cae de cajón entonces preguntarse: ¿se soluciona la desigualdad de acceso a contenidos culturales entregando sólo la tecnología necesaria? ¿se soluciona simplemente con la libre disponibilidad de material audiovisual o sonoro?.

Si creemos que consumir cultura es el mero ocio, entonces la respuesta sería: sí.

La desigualdad en el acceso al Consumo Cultural se resuelve cuando los gobiernos entienden que las industrias culturales tienen una doble dimensión valórica: aquella que se juega con las cifras rojas o azules (su rol en el PIB), y aquella dimensión que se relaciona directamente con el desarrollo de la ciudanía. Ambas dimensiones pueden contraponerse o no, lo importante es que ambas sean igualmente consideradas.

La tarea es mostrar y difundir entre las personas el real valor que nace desde el encuentro con las manifestaciones y la creación artística. La tarea es educar en el reconocimiento de los creadores tanto en su dimensión estética (sentido) como en el ámbito ecónomico productivo de los países, en otras palabras, concebir a la cultura y su dualidad como una factor de desarrollo "no tradicional".