Por Claudio Gutiérrez
Hace más de un año, en un ataque de nostalgia, googleé el nombre de algunos de los programas de radio en los que he participado. La búsqueda la hice sin ningún tipo de expectativas, pero con sorpresa encontré un par de menciones. Una de las más notables es un artículo escrito por Raúl Hernández, que fue publicado en la revista virtual de arte contemporáneo y nuevas tendencias Escáner Cultural en abril de 2006 y en el que se menciona a Proyekto R.
Raúl es poeta, bibliotecario y editor independiente. Ha recibido la beca Fundación Neruda (2002), el premio Taller Biblioteca Nacional / Fundación Mustakis (2003), la beca de creación Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2004) y el primer premio en el II Concurso Nacional de Poesía Chilectra (2004). En 2005, publicó el libro “Poemas Cesantes” (La Calabaza del Diablo). Si bien todos estos reconocimientos son importantes, lo que más me impactó de la biografía de Raúl fue que nació el año 1980. Eso implica que escuchó Proyekto R a la edad de 12 años y que, a pesar de durar media hora y ser transmitido una vez a la semana, el programa logró contagiar el virus y llegó a quienes tenía que llegar.
Con la autorización de Raúl, dejo una copia de su artículo en mi blog, escrito 14 años después de la emisión del programa, y reconozco públicamente que el honor es mío.
Una nueva ciudad punk
“Punk, Punk
war, war. Der Krieg, Der Krieg
bailecito color obispo
la libertad pechitos al aire”
Carmen Berenguer, “Santiago Punk”
“Un pseudo punkito, con el acento finito
quiere hacerse el chico malo
tuerce la boca, se arregla el pelito…”
Luca Prodan, “La Rubia Tarada”
Santiago está en el 2006. Nuevamente las calles se alargan como una sonrisa de mentira y nuestros pasos no son nada más que simples palmadas al concreto que van a alcanzar el pasaje sin salida. Esta ciudad se sitúa en un hoyo de cruces dadas vueltas que no son satánicas, esta ciudad se sitúa en un hoyo de concreto en donde, sin duda, llegará alguien a decir que esta ciudad se sitúa en un instante inseguro, tras las montañas, en los edificios, en las faldas pedrovaldivianas, en las catedrales cosmopolitas, en los televisores nuevos cargados con su caja de cartón en taxi, en el dvd, en el jamón del supermercado.
Santiago se escapa de Santiago, pero no todo es Santiago, no toda la ciudad es Santiago. Está Santiago África, está Santiago Miami, está Santiago Chernobyl, está Santiago Sao Paulo, está Santiago Bronx. No toda la ciudad, ni siquiera una pizca momentánea de cada rutina es literaria. Nada es literario. La biblioteca es Internet. El diario es Condorito.
Y estoy parado en la Alameda para atravesar la avenida y estoy mirando tus ojos a lo lejos y estoy jurándome a mí mismo no ser el que tropieza con la piedra de la locura y estoy mintiéndole a los niños, a los viejos, a los autos cuando hago como que atravieso en rojo. Estoy en la Alameda alarmado de los gritos sucios de fin de marzo, cuando aparecen los chicos punk arreglados tal como aparecen en una postal que tengo de Londres. “Muy punk”, recuerdo una canción de La Polla Records.
Estos chicos me piden una moneda: “piden pan, no le dan, piden queso le dan hueso”. O también me ofrecen una florecita rockera hecha de papel. Pienso: “que bien le aplican al origami”. Pero así como así, estos punks no son los de antes. No sé por qué me tinca que algo de escasez de discurso hay en sus atuendos.
Siendo adolescente, comencé a escuchar mucho punk. Iba a la Universidad de Santiago los viernes en la tarde a intercambiar casetes de The Clash, Fiskales Ad-Hok, Los Miserables, etc. Existía un programa de radio de esta universidad (que luego fue censurado) llamado “Proyecto R”, un hito en lo que respecta a la difusión del punk, hardcore y post-punk. Ahí, en los pastos de esta universidad, de mano en mano se daban a conocer los casetes de grupos como Santiago Rebelde y La Floripondio. Se prestaban fanzines fotocopiados, se hablaba de todo y nada, pero había un discurso, una anarkía pensada, un: “Te lo digo porque esto se fundamenta así”.
Si bien todo era anarkía, esta anarkía era estudiada y por sobre todo leída. Si pensamos en Sid Vicius, el bajista de los Sex Pistols, era un anarquista sin mucho plumaje, no había mucho que debatir en su: “uh, uh”, estilo Beavis & Butt-Head. Pero estaban personajes como Jello Biafra, un chico contestatario, sin duda (si no, leer el poema: “Conformista Cagón”) quien lideraba el grupo Dead Kennedys y que posteriormente invitaría a William Burroughs a recitar en sus tocatas.
Es bien sabido que muchos de los punks callejeros de ahora están muy lejos de ser unos “estudiosos de la anarquía” o “rebeldes con fundamento”. Hace un tiempo en Santiago en la Avenida Vicuña Mackenna con Carlos Valdovinos existía una casa Okupa llamada “La Marraqueta” (esto, debido a que antes fue una panadería). Aquí se realizaban fanzines, tocatas, charlas, encuentros de poesía, danza, teatro, granjas de perros, conversaciones con el vecindario, murales idealistas, etc., etc. Si bien, a veces el copete mandaba todo al tacho de la basura, había un ideal que movía esta marraqueta para todos lados…..hasta que llegaron los pacos con una máquina tractora y demolieron todo hasta que no quedó nada. Claro, al frente se instalaría un instituto INACAP, y por supuesto que no convenía, no le iba bien al negocio de la educación chilena, esto de una casa de punks al frente de una casa de estudios.
Entonces, en este Santiago 2006, cuando vuelvo del trabajo que me sostiene dentro de este sistema lleno de obesidades mórbidas, cuando me tropiezo con la acera deforme por tanto golpe de vagabundo, cuando estoy saliendo de mi casa bañadito, con caña, directo nuevamente al trabajo, me dan ganas de conversar con los punks que se colocan afuera de las bencineras cuando te piden una moneda para un Ron Silver y no les das y te miran con cara de odio repulsivo. A estos chicos que a veces aparecen en la tele, metidos en peleas, en robos, en asaltos, a estos chicos que se empujan en la salida del metro y que pasan a llevar las paredes con los clavos de sus pulseras, a estos chicos que se van de sus casas ya que “no hay futuro” y que luego cuando están solos sueltan lágrimas de Escudo, yo les diría: ¡El punk no ha muerto, muchachos! Eso sí, a veces se siente demasiado podrido.
Una nueva ciudad punk
Escrito por Raúl Hernández
Fuente: Escáner Cultural
Abril de 2006